Según el documento de la UNESCO que circuló en los medios de comunicación, las obras de arte –imaginería, orfebrería: cálices, custodia, sagrarios, frontales labrados…, ebanistería: coro, púlpito y retablo -- y principalmente las pinturas del Viacrucis del pintor y escultor J osé Antonio Sarria Mejía (1880-¿1945-1948?) fueron los principales argumentos para proclamar a la Catedral de León de Nicaragua, patrimonio de la Humanidad en los últimos días del recién pasado junio.
Parece que se obviaron o no se consideraron caracteres de un alto significado cultural para los valores de esta región que los ostenta nuestra catedral; por ejemplo, ser una de las últimas catedrales coloniales de América y una de las primeras de la época independentista (1746--1860); concentrar las diócesis del sur de Honduras, Nicaragua y Costa Rica; ejemplar de la Escuela arquitectónica Guatemalteca de los de Porras; expresión mestiza , cuya mano de obra o fuerza de trabajo la pusieron los indígenas de los Corregimientos de Sutiava, Quesalhuaque, Posoltega, Posoltegüilla y Telica; la transición estilística que ilustra del barroco mesoamericano, antigüeño, al neoclasicismo, siglos XVIII, XIX y XX, y ser, nada menos, que la tumba (1916) de uno de los mayores poetas de la lengua española, Rubén Darío y otros notables…
Pero en fin, ya se consiguió que fuera declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Catedral para un Virreinato y no para una provincia ganadera, hacendataria y en muchas directrices pobre y en crisis; pero así se lo propusieron los leoneses indígenas, criollos y mestizos en su tiempo.
Fue un acierto de la Fundación Ortiz-Gurdián y sus benefactores empeñarse desde 1998 por lograr el reconocimiento para Catedral y decidirse a restaurar el conjunto de obras pictóricas. Y fue un acierto de la administración del Ingeniero Enrique Bolaños (2002-2007) presentar la candidatura del inmueble debida y ampliamente mente documentada a la UNESCO en París, en 2006, último año de su mandato. Estas 14 Estaciones y los otros murales habían soportado un siglo de clima caluroso, humedad tropical, lluvias de cenizas de los volcanes en erupción y por tanto, gases y acidez, lo que las tenía con la lona reseca, tostada, rota, necesitada de entretelarse; los colores apagados, con hongos y chorreadas de sí mismas.
El nombre de su autor era conocido, pero se ignoraba su biografía, su proyección centroamericana, su aporte docente y otros méritos. José Antonio Sarria Mejía nació en Masaya el 13 de junio de 1880 en el seno de una familia que terminó dispersándose y extinguiéndose en los 80 del pasado siglo XX. De su formación académica poco se sabe: se dice que niño y adolescente frecuentó irregularmente algunos talleres de pintores y escultores masayas y leoneses, lo que nos dispensa afirmar que era un autodidacta: pintor audaz y precoz si pensamos en sus 24 años cuando concluía el mural del “Paso de la Verónica” o “IV estación” en la parroquia de NS de la Asunción de Masaya y en los espacios que tuvo que enfrentar en la catedral de León (3.90 m de al x 4.50 de a y 5 m de al x 8 de a), además de escultor comunicativo del dolor y la espiritualidad.
En 1904 coincidió con una visita pastoral del Obispo Pereira y Castellón por el oriente del país, Masaya, Granada…y al contemplar “La Verónica” invitó a Sarria a trabajar en la catedral, cuya mal entendida renovación estaba iniciando el mitrado con otro escultor granadino, Jorge Navas Cordonero (1874-1968). Sarria y un pequeño equipo de pintores profesionales y aprendices leoneses, como Zaturnino Zapata, José López y José Vargas (firmaron por lo menos tres de las estaciones). se dieron a la tarea que finalizaron unos 5 años más tarde, entre 1909 y 1910. Con toda la capacidad creativa para narrar, componer y retratar, Sarria recibió , a través de Pereira y Castellón, como modelo para su obra una serie de estampas impresas en Suiza, enviadas por el obispo de Colombia. Afortunadamente, en ejercicio de rebeldía y libertad las aprovechó y las invirtió también, transformó las composiciones y la paleta y ocupó modelos al vivo.
Posteriormente, partió a El Salvador donde laboró para algunas iglesias, ya imágenes, ya pinturas. Casado con una salvadoreña regresó a su patria: procreó cuatro hijos, se estableció en el barrio Santo Domingo, muy próximo a la calle 15 de septiembre de la vieja Managua, tuvo su taller , inició en la plástica a los hermanos Gómez Salazar y para su desgracia, se disolvió su matrimonio, lo que lo sumió en crisis alcohólicas y disipación en la bohemia capitalina. Quizá por ello, hacia la década del 40, Rubén Cuadra Hidalgo afirmaba en unas páginas manuscritas, equivocadamente, que era originario de Managua.
En 1922, a raíz del incendio de la Parroquia de Santiago de Boaco, el padre Nieborwski mandó a llamar a Sarria para que repusiera las 5 estaciones que se habían quemado, de modo que asimismo pintó para Boaco en un formato menor, muy personal y diferenciado, y complementó el Viacrucis que había pintado en 1919 un coterráneo suyo, el masaya Pedro Ortiz.
Igualmente talló una de sus últimas obras en 1946 para una ermita de Managua por encargo del todavía padre Monseñor Marco Antonio García y Suárez, entre ellos un “Crucificado”, madera, tamaño natural.
Murió ahogado en un río de Jinotega, entre 1945 y 1948, mientras restauraba unas imágenes y salió a tomar un baño, a refrescarse en las corrientes de aquella ciudad. Dos niños presenciaron su muerte y subieron a propalar la noticia.
Sus murales de formato cuadrangular y arcadas de medio punto se caracterizan no por el “horror vacui”, horror al vacío, sino por la escases de personajes: Jesús con la cruz a cuestas, uno o dos soldados romanos y algún personaje femenino, masculino e infantil, lo cual si bien es cierto contribuye a la concentración y meditación del devoto, también es verdad que resulta inverosímil cuando todo lo sabemos por fuentes bíblicas la calle de la amargura y Cristo bajo el peso de la cruz estaban atestadas de gente y era seguido por la turba y la soldadesca, lanza en ristre, azotes, y tanto a pie como a caballo. En este particular, repito, las escenas son precarias de la dramática aglomeración. Por otra parte, si reparamos que el viaje al Gólgota empezó a eso de las 9 de la mañana, tuvo su momento culminante a las 3 de la tarde cuando se oscureció y tembló la tierra y se rasgo el velo, la muerte de Jesús, porque el descendimiento y la sepultura se pueden ubicar al atardecer, casi al crepúsculo, la iluminación y los fondos de las telas son igualmente inverosímiles. Como en el caso de las caídas, los cielos son muy oscuros y se suponen bajo el sol de la mañana.
No obstante los tres murales del Coro Cordobés tienen más luminosidad y mejor colorido ” la entrega de las llaves a San Pedro” al aire libre, con unos purpuras, azules, blancos, morados y áureas que evocan la paleta tradicional italiana, y “Cristo de pie sobre la tempestad”, con la barca a punto de zozobrar sobre unas aguas agitadas, encrespadas, muy del repertorio romántico. Entre estos reparos y otros respecto a la indumentaria y los instrumentos de la pasión que podrían hacerse, hay que reconocer en justicia que los murales son en verdad hermosos, con virtuosismo en los mantos y túnicas. Algo que me hicieron ver el escritor Mario Cajina –Vega y el artista guatemalteco Luis Díaz. Además se reconocen, muy bien logrados, rostros barbados, fieros, militares, piadosos, mansos, dolorosos, dibujo, movimiento y anatomías proporcionadas y adecuadas, volúmenes, que doblegan a la víctima. Para un artista que oscilando entre los 24 y 30 años, autodidacta como supongo, es verdaderamente merecedor de admiración. Aunque se trate de una sobrevivencia de la pintura de cristianización de la colonia, en el arranque del siglo XX , es coherente con el tardío proceso que ha vivido la plástica nicaragüense, que apenas superaba el retrato burgués del siglo XIX y las estampas alegóricas, bélicas y civiles –propias del liberalismo de la época.
Estéticamente las 14 estaciones cumplen, generan, crean belleza, armonía, contrastes; ideológicamente propagan y ratifican el imaginario de una doctrina y una fe en una sociedad, que la traía desde unos tres siglos atrás; e históricamente pueden apreciarse como dignos antecedentes de la pintura que se desarrollaría a mediados del siglo XX. Hoy, restaurada y puesta en valor, se reivindican al artista olvidado, su obra y el equipo de ayudantes, articulándose una tradición. Un acierto de la Fundación Ortiz Gurdián y un servicio invaluable de los técnicos, con mucho de arte, ecuatorianos Juan Esteban Collaguazo y Eva Jacqueline Alvear, quienes además están haciendo escuela entre los leoneses. No en vano, la UNESCO cifró en la pintura su reconocimiento.
Masaya, Julio de 2011
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