domingo, 19 de diciembre de 2010

"Reelección: Una palabra que nos asusta"

Realmente, la palabra reelección asusta a cualquier nicaragüense. No importa la edad, el credo, el color de piel, ni la ideología política. En pocas palabras, nuestra cultura socio-política toma como sinónimo de dictadura la palabra reelección, y con esto suscita aquel dolor y las lagrimas de tantas muertes que sigue atormentando a nuestro sufrido pueblo.
Dicha concepción no es esta tan errada si enserio estudiamos la historia de Nicaragua. Durante los últimos 100 años (1909-2009) se han reelegido 5 presidentes, de los cuales 3 se han perpetuado en el poder e instaurado una dictadura (Digo 3 hasta no saber los resultados concretos del amparo de la ley de la reelección (Ley no. 147 de nuestra actual constitución) y la campaña presidencial de Daniel 2011, pues no podemos catalogarla de dictadura… Todavía).
José Santos Zelaya, fue el primer presidente en reelegirse 4 veces (desde 1893 hasta 1909), le siguió Adolfo Díaz (1911-1917 y 1924-1927), luego el tocó el turno a Anastasio Somoza García (1937-1947, 1950-1956) continuándole luego de unos cuantos mandatarios marionetas, Anastasio Somoza Debayle (1967-1972, 1974-1979), su hijo, y por ultimo nuestro actual gobernante Daniel Ortega (1985-1990 y 2007-2011).
Como si esto no bastara, la educación política en Nicaragua es paupérrima. Arrastramos tantos problemas como la demagogia y el nepotismo. ¿Será realmente que seguimos siendo y pensando como una hacienda?
Ojala algún día olvidemos aquella connotación dictatorial en la reelección, y observemos dicho fenómeno como la oportunidad legitima de prolongar el plan de gobierno que un mandatario pueda hacer, que tristemente es la visión que los países desarrollados tienen sobre la reelección.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Managua según me cuentan

Managua durante los setenta, era la capital del “granero de Centroamérica”, Nicaragua. El país, rondaba más o menos, por los dos millones cuatrocientos mil habitantes, de los cuales, la mitad era analfabeta y se encontraba muy empobrecida. Para entonces gobernaban los Somozas Debayles, y aquella sensación trágica en el ambiente era un nudo en la garganta para la mayor parte de los nicaragüenses. Managua estaba destruida por un terremoto que devastó la edificación artesanal de casas de adobe y talquezal. Las pocas avenidas entonces, fueron reproducidas en calles y calzadas y Managua comenzó a crecer por la periferia.

El mundo de los setenta, estaba impregnado de la psicodelia y la necesidad de una revolución. La Beatlemania ya se había acabado con el “Let it be” y las últimas canciones de los cuatro melenudos de Liverpool en el 70. Pink Floyd y el tan famoso “Dark side of the moon”; una música progresiva y experimental fue la reemplazante de dicho fenómeno –en menor medida, claro está-- en la juventud. Nicaragua nunca estuvo al margen de esto, sin embargo, aquellas adolescencias estaban demasiado oprimida por aquel sistema autoritario y dictatorial que algunos recuerdan con la frase célebre “Somoza For Ever!”. Opresión que no solo mataba, sino también robaba, reprimía y censuraba las críticas opositoras. Años más tarde, el régimen caería y con ello, Nicaragua, tan dúctil, volvió a realzar aquellas concepciones neofeudalistas que desde la colonización se han adentrado tanto en el pensamiento nicaragüense que es parte de nuestra triste realidad – ¡Maldito seas Pedro Arias de Dávila! Sos el gran culpable de que en Nicaragua se siga pensando como en una hacienda--.

Managua, según me cuentan mis padres –cuando estos eran jóvenes--, era diferente a lo que es hoy. Se observaba gente caminando con mucha seguridad por los andenes y paseos --asemejados “Al Paseo De Las Victorias” en Carretera Masaya, inaugurado en julio de este año, conmemorando los 31 años de la Revolución Popular Sandinista, dedicado al púgil y ex alcalde Alexis Arguello, q.e.p.d-- que en aquel tiempo, abundaban por la ciudad capital y estaban llenos de chilamates, limonarias, palo de arco y uno que otro roble, que propiciaban sombra y una temperatura agradable para los habitantes de la metrópolis.

Las rutas no difieren en casi nada más que la seguridad: las mismas paradas, la típica apariencia de estos buses viejos: pintura y metal corroídos por el tiempo; el mismo viejito, canoso, morenito, arrugado, con su reloj plateado y con unos lentos “culo de botella” de carey, sentado entre las primeras filas de asientos, al borde del sueño. El gordo, barbudo, con la camisa grisease, blanca, o verde, que suda su inmenso cuerpo principalmente en las axilas y en la espalda, por el calor dentro de las unidades de transporte colectivas y su inseparable gorra azul oscuro de los indios del Bóer, sentado hasta el final del bus, con la atención fijada en el periódico. La muchacha guapa, que siempre roba la atención del proletariado que usa el bus, pelo largo, negro como la noche; Eso nunca cambia. Todo sigue igual, el viejo fue un joven que usó el mismo bus. El gordo fue un flaco deportista en algún momento que se tuvo que trasladar en la ruta. ¿Y la muchacha? Parece que en Nicaragua, muchachas guapas sobran.

La Universidad Centroamericana (UCA) apenas comenzaba su labor en Nicaragua. ¿Quién diría, en aquella época, que formaría a tantos profesionales con tanta vigencia el día de hoy? Aquello debió ser un centro intelectual para todos los emponchados hippies pelos largos, bien vestidos intelectuales y revolucionarios que faltaban mucho a clases por su compromiso en la clandestinidad. Maestros de la talla de Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Francisco Pérez Estrada, los padres Carlos Caballero, León Pallaís y Ángel Martinez, Julio Guerrero y uno que otro jesuita español, mexicano y francés. Un día mi padre me acompañó a la UCA, lo mire tan distraído viendo a una que otra pareja hasta que me dijo sonriente: “Hace 30 años más o menos, yo estudié aquí. Y todavía se sigue sintiendo ese amor a la vida en el aire”.

Era según le escuché a mi mamá, la era de oro de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), con sedes en León (principalmente, para medicina y abogacía) y en Managua (donde estaban las Humanidades). “Estudiar en la UNAN no era tan costoso”- dijo mi mamá- “lo caro fue comprar los libros o, irte a estudiar a León: la casa, la comida y los libros, y yo siendo mujer, más difícil todavía por el permiso”. Mi papá solo recordaba su secundaria con la expresión: “Para aprender tenías que joderte... La educación era de lo mejor” dijo reiteradas veces en la plática.

Es increíble que hayan pasado 40 años y Managua cambiara tan radicalmente. Ahora es una ciudad insegura, trasnochadora, llena de casinos y bares que nunca cierran. Los semáforos nunca están vacios, pues si no hay carros, están los niños malabaristas y uno que otro pordiosero. Que envidia haber tenido la oportunidad de vivir en aquella Managua, según me cuentan…

El folcklore nicaragüense hoy en dia

El nicaragüense es mestizo, hay en nuestro territorio, en nuestros dos litorales y en el centro, una heterogeneidad étnica, tanto por la vertiente indígena como por la española y por la caribeña, en la que convergen náhuatl, chorotegas, y hasta mayas y tlaxcaltecas, misquitos, macrochipchas, andaluces y castellanos, es decir, árabes, asiáticos, afrodescendientes, etc. Se dice que somos extrovertidos, muy hospitalarios, nobles de corazón, provincianos pero tendientes a irnos por el mundo. Nicaraguenses aparecen en muchas ciudades, aún en las más inesperadas. Bromistas, capaces de reírnos de nosotros mismos y de nuestras desgracias –con las famosas burlas de doble sentido, que tanto gustamos hacer--.

Nos acusan de fogosos, como decimos nosotros “encachimbados”, pleitas, volcánicos, pero sobre hay mucha ingenuidad y maleabilidad en sus costumbres. Qué cosas valiosas hemos deformado, olvidado y perdido imitar o importar modas y valores de otras culturas, del norte de América, o sea, los Estados Unidos y del Sur de América. Unos disfrazados del Gueguense y del Torohuaco usan indumentarias marca “Madre in USA” y zapatos tenis. Los chinegros de Nindirí ya no bailan sus danzas guerreras al son de pito y tambor, sino al son de los chicheros. La Navidad posee en Nicaragua su propia música y su propia comida y costumbres, no obstante, los villancicos y las cuñas de radio y televisión son melodías extranjeras. Los jingles que importan de otras culturas a nuestro ambiente. En Cuaresma están canjeando los carnavales propios del Brasil, Panamá o Veracruz, por nuestros desfiles, procesiones, representaciones votivas, es decir, religiosas mestizas. Nuestros bailes ya no son los que eran, tal vez porque los organizadores, no saben la verdadera significación y no hay investigaciones antropológicas. Actúan como colonizados, creen y prefieren la expresión, modos y modas del extranjero, del colonizador a lo nuestro. O bien, porque no estiman el folklore como nuestra cultura popular y lo venden por “la pluma y la lentejuela” y con “el bombo y el platillo” turístico..

Todo en exceso es nocivo para la salud.

Ahora existen un fenómeno con los grupos de bailes, que resulta ridículo e ilustrativo del colonizado. Todas las agrupaciones de danza se llaman: Ballet Folclórico. ¿Ballet Folclórico? El ballet nació en Francia en el siglo XVI, como puede ser algo nuestro, algo que no se origino aquí.
El folklore en las fiestas patronales, cada año se va deformando sino es que ha perdido su verdadero contenido religioso, gestual y rítmico.. Por ejemplo, el rito indígena y español, de bailarle al santo patrón de la ciudad de Masaya, aún la borrachera y las comilonas, profundamente religiosas, pagando las promesas de salud, o de dinero, perdieron el fervor y la solemnidad que algún día tuvieron originadas en nuestros ancestros. La “chicha” de maíz y todos sus derivados ya no es bebida sagrada, ahora se toma por vicio, por alegrarse o para desinhibirse y trasgredir las estructuras sociales y morales o tradicionalñes con las que vive diario.

Los “agüizotes”, del inmensamente náhuatl ahuiltxolotl, las raíces ahuilt que significa espectro, y xolot –No confundir con Xólotl, dios náhuatl con forma de perro, - que es referente al agua; eran una burla de la muerte, reírnos de ella y con ella, bailar porque eso hacemos los vivos y bailar en el cementerio y en las calles de la ciudad, vestidos de espantos, mocuanas, lloronas, ceguas y aparecidos. Digo eran, porque ahora difícilmente se sabe que es agüizote y que no, con la globalización, el “americanismo” ha calado tanto en el pensamiento de nuestra gente que no tiene ni educación ni cultura “aparentemente” (que triste es decir esto, lo admito) que ahora el agüizote significa “el Halloween de nosotros” como le escuche decir a una persona en una entrevista televisada. Estaba de acuerdo con la campaña de “¡Digamos “¡NO!” al Halloween!”, no por el argumento cristiano (que es un poco exagerado a mi parecer, soy hijo de mi tiempo, y he visto tantas cosas catalogadas de “satánicas” que me importa muy poco dicha fundamentación) sino por el trastoque cultural que hay en el fondo y la apariencia. ¿Estamos prefiriendo una costumbre gringa de origen celta que el medo a la muerte, el terrón al Mictlán de nuestras etnias mesoamericanas? Sí es así, que podemos exigir culturalmente de nuestra gente entonces.

El Torovenado de malinche, rural, y de imitación, URBANO, se ha convertido en Masaya en un carnaval de casas comerciales y en un desfile de homosexuales, desnaturalizándolo y adulterando su esencia. Aclaro: NO TENGO NADA EN CONTRA DE LA HOMOSEXUALIDAD COMO OPCION SEXUAL. Sin embargo, vemos que la desinhibición casi total de dichas personas en estas fiestas, no es más que exhibicionismo, incluso, auto escarnio, auto burla. Las aprovechan para lucirse; pero el Torovenado no es para ello. Ahora en muchos puntos de occidente se celebran el orgullo gay, lésbico, etc., con sus carrozas y desfiles.

El día de muertos ya no es aquel día especial para recordar y visitar en familia “a aquellos que se nos han ido” diría mi abuela Ermida. En lo personal, me entristecí ese día. El Cementerio Central de Managua era más un mercado, que cementerio. Eran las 6 de la mañana y ya la gente transitaba dentro y fuera dicha necrópolis. Había vendedores, policías, carretones, caballos, bicicletas, carros, camionetas, gente, más gente, mucha gente. Los puestos de flores son para mí los únicos tolerados, con tanta variedad en colores, olores y tamaño, aunque ya las flores podridas y marchitas exhalan un tufo desagradable. Antes, la gente se iba a comer y a pasar tiempo con sus muertos, ahora muy pocos vamos, por que se nos olvidan donde quedan las tumbas, y con ellas la gente que está ahí.

Lástima que las estructuras sociales clasistas, la pobreza, la ignorancia, la desinformación, los malos entendidos de las generaciones emergentes nos conduzcan a que olvidemos ser nicaragüense, a que perdamos nuestra identidad, nuestra singular manera de ser, creer, comer, actuar, vivir. “De lo único que Nicaragua puede jactarse es de su cultura” dijo mi padre y si perdemos la cultura, ya no seremos nadie ni nada.

Canción al orilla de la tumba de Arlen Siu Bermudez

A 35 años de tu muerte visité tu bóveda,
Aunque este no fue tu lecho de muerte sino la montaña, El Sauce.

Tranquila

Tus huesos volvieron a la tierra,
la tierra por la que moriste.
Y ahora que sos tierra estas en el ciclo natural de todo

De la tierra sale fruto (El fruto es comida, el ser humano come, muere y vuelve a la tierra)
De la tierra sale el árbol (Del árbol sale madera con la que se hacen guitarras, violines, pitos)
De la tierra sale el lodo, la arcilla (con la que se modelan tinajitas, aquellas a las que cantaste)


De la tierra sale vida y en la vida nunca se acaba.


Noviembre, 2010.