“Todos llevamos un escritor dentro”, es decir: que todos tenemos intelecto. Un intelecto que nos apremia como seres pensantes y sociales, pero sobre todo, creadores. Entre nuestras necesidades no naturales, se encuentra el comunicar y expresar opiniones, críticas, denuncias, proyectos y soluciones a lo largo de las épocas y contextos.
Imaginarse un mundo donde nadie tomase la tarea de escribir (y por ende, postergar en la historia) es agobiante. Todos los conocimientos (ciencias, artes, matemáticas, teorías, tratados, etc.) serían el derroche de tiempo y saliva, de unos viejos sabios en una sociedad joven, retrograda, indiferente y meta ignorante.
Sí Cortázar hubiese preferido contar “Rayuela” a algunos niños, en vez de publicarlo, nunca hubiera logrado la influencia en el Boom literario de Latinoamérica en el siglo XX. ¿Qué sería del surrealismo sin él?
O en el caso de que Miguel de Cervantes haya dicho la verdad, y no fuese él, el escritor del Quijote de la Mancha. ¿Quién tuviese la dicha de haber recuperado dichos papeles, si nunca pudieron ser escritos? Suponer que nadie de nosotros habría entonces leído con tanta picardía tal odisea (incluyendo al mismísimo Rubén Darío) sería desastroso para la memoria popular e histórica de la humanidad.
El conocimiento camina de generación en generación de manera fidedigna por la vía escrita. Nunca habrá otra expresión del ser humano que alcanzara a la escritura. Entonces, que tire la primera piedra el que este libre de haber en su vida tenido que ver con las letras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario