sábado, 21 de mayo de 2011

CARTA SOBRE TANTOS ASUNTOS PENDIENTES A MI PADRE

“Hay Cosas que no le he preguntado ni le he dicho

Y sería bueno hablar o responder”

Julio Valle-Castillo

Don Julio:
Uno de mis tantos miedos

Ha sido tener la posibilidad de sufrir el síndrome del “hijuepueta”:

Conocer al papa-poeta hasta después de fallecido.


- Aquel que tantos le han llorado

A usted

En su hombro,

En la sala de nuestra casa,

En aquellas noches donde

Llorar es requisito-.


Yo a usted lo he admirado

Y lo he querido

Y lo sigo queriendo y admirando,

Ahora, más.



Su primogénito varón:
“Guanaquín”
(Como me decía chiquito, por distraído e ingenuo)

En quien se recoge la historia de sus afectos:

Ernesto, por Mejía Sánchez y por Cardenal,

Sus padres en México y en Nicaragua.

Rogelio, por Ramírez Mercado,

Un gran amigo suyo.

Laureano, por el hermano mayor de su abuelo,

Muerto pero no olvidado por usted.

En el caso que no se lo haya dicho, que orgullo llamarme así.


Tal vez, en mí y en mi vida

Se hayan conjugado muchas cosas, muchos sueños, muchas realizaciones suyas,

Y que ahora son mías.

¿Ya vio que salí hasta estudioso de los náhuatl?

Y aquella vez que me llamó medio lloroso,
había encontrado un cuento suyo:
Una familia de músicos había perdido al infante,

Lo buscaron en todos lados,

Y después de tanta preocupación,

El niño salía debajo de la cama con una pieza compuesta por el.
(Aquí le traigo mi ultima sinfonía, papá)



Y los perros de la casa,

cuya condicíón para quedarán era que usted,

les poné el nombre:

Karel,

Como el pastor alemán que le regaló mi abuelo y que se lo mataron.
Esa fue la condición para que lo conserváramos, que se llamará Karel.

Y Foforoco,

perro dundo,

pero muy cariñoso,

Al mejor estilo de la chinfonía de Joaquín Pasos y de Coronel Urtecho.


Y usted ante mí,

Ha sido un Dédalo,

Quien con cuidado me deja volar,

Lo suficiente cerca para corregirme

y lo suficientemente alejado para sentirme independiente,

Pero no me deja volar alto,

Ya sabe los riesgos y me ha hecho consciente,

me ha instruido en la poesía,

Que no es tan fatal como decía,

Y en otras locuras mías.

Que quise ser arqueólogo,

Y que usted me mandaba a México.

Que cuando no le pagaban a tiempo,

Me decía molesto: “Nunca seas poeta, nos morimos de hambre

-Ay, me disculpa la insolencia.-


Que quise ser músico

Y usted que me volvía a mandar a México,

Pero ahora era muy peligroso,

Teníamos conectes y amistades

Pero el crimen y el narcotráfico

-¡Ni quiera Dios!-

Y que mejor Chile pues,

Más barato y también teníamos conectes

Pero me iban a hacer derechista.


Mientras mi mamá me decía:
“¿Por qué música y no otra cosa?”
Y usted que le contestaba:
Deja al chavalo, eso es lo que quiere


Y que al final no sabíamos que iba a estudiar

Y mi mamá decía psicología

Y usted que decía que eso era para locos

Que mejor: Periodismo

Y mi mamá que no decía ni “sí” ni “no”.

Yo sólo miraba el ping-pong de sus argumentos.


Me imagino que le recordó a su abuelo

Y a su México del corazón

Con aquellos profesores

Monterroso,

Monsiváis,

Mejía Sánchez…

Y usted el Ovidio del D.F.

Vuelvo y le repito:
Me disculpa la desobediencia

Pues estos versos,

Prueban que en Nicaragua

-Los poetas paren poetas-

Y que la poesía es un destino

una fatalidad de la que no se puede renunciar.

CANTAR 1

Solo nos vemos ya

Para hablar de tragedias,

Y de alegrías.

Pero Amigo,

Llegará un momento en que hablaremos

De la efeméride de la carne.

Pues somos tan fugaces

Como un cigarro

Que se enciende

Se f u m a… se esfuma..

Y se acaba.

Entonces cambiaremos

Y lo que hoy son conciertos, bares y discotecas...

Mañana serán velorios, funerarias y entierros,


Por que algún amigo se nos ha muerto,

Y ya sólo por eso nos veremos…

ORACIÓN PARA EL FIN DEL MUNDO

“Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato”

César Vallejo.

Señor,

Yo te pido,

Con mucha fe

Que el fin del mundo

Sea el 21 de Mayo de 2011.

Permíteme, tal vez,

Otra oportunidad

En estas horas que quedan,

Para confiar en esta gente…

Gente que llama “traidor”

A quien años atrás,

dejó todo

Por una revolución.

Confío en que Harold Camping,

Tenga razón está vez,

Y que el juicio final del Family Radio

Sea tan real

Como todos los millones de dólares que sus creyentes

Le han donado.

Yo ya no te pido por novias,

Por estudios,

O por simples caprichos…

Yo sólo quiero que nos desaparezcas

Simple

Con un onomatopéyico

¡Puff!

P

O

L
V

O

…Nada…

Ojala así acaben nuestros males…

Y aquella inmoralidad,

Se vayan con todo vestigio

De que alguna existimos alguna vez…

Pero si es necesario,

Que quede una palabra…

DECEPCIÓN

¡Amén!

¡Como cuesta sobrevivir!

“¡A qué te gano… A qué paso más tiempo sin comer!”- Se decían entre ellos de manera muy inocente Gemita y Josecito, como si eso fuera un juego. No tenían ni la menor idea del peso de la apuesta qué hacían, pues a sacrificios casi mortales de sus padres, nunca habían pasado un día sin comer. Ellos eran hijos de una pareja muy pobre que vivían de recolectar chatarra, plástico o alguna extravagancia en el depósito municipal “La Joyita” de Granada, cercano a un barrio de tan mala muerte conocido como “El Pantanal”.

Don Chema, era la cabeza de la familia, tal vez, el miembro más optimista de una estirpe que de no ser por él, moriría de inanición. Era un buen hombre, muy dedicado a sus hijos, pero con tan mala suerte que su cuerpo demacrado de tez morena, se viese tan escuálido después de pasar los 40 años ¿Su rostro? Sí hubiese visto solamente su rostro fuera del contexto y lugar en el que vivía, lo confundiría con algún militar de alto rango por su corte de pelo bajo y su bigote denso y tupido.

El siempre se esforzaba por rebuscar latas de Coca-Cola, cerveza y demás envases de aluminio, pues si negociaba con los “Dones” que compraban el material, por libra hasta sacaba 5 pesos… Tenía labia Don Chema. Pero ya no llegaban tantos envases, porque otros basureros emigraban a la ciudad, buscando las latas que la gente dejaba en los parques de la Gran Sultana, después de tomar algo.

Su mujer de toda la vida, Doña Angélica, lo conocía hacía más de una decada… Para aquellos tiempos, Doña Angélica era una adolescente, que disfrutaba su corta vida de 15 años dejando de estudiar el 3r curso de secundaria, pues en su casa el dinero no daba para todo, y su dilema era ir a la escuela o comer. Prefirió vivir sin educación, pero con algo en el estomago. Y una de las tardes que Angélica, (que todavía era señorita) acompañó a su padre a la “Joyita”, conoció a José María…

Por común acuerdo, habían decidido emparejarse y vivir juntos. Se amaban igual como la primera vez que travesearon, con la única diferencia que al pasar el tiempo, las costillas eran más táctiles y el pellejero se extendía muchos milímetros más con cada estirón carnal.

Gemita rondaba entonces, por los 8 años. Su melena rizada de color café oscuro, hubiera sido envidiada en los años 70 con la fiebre del disco, pero en la escuelita comunal, nadie le prestaba atención a sus colochos. Cursaba el primer grado de primaria, pero no se sabía las vocales ni los números después del 10. Su piel era morena y estaba chintana porque recientemente, sus dientes de leche se habían caído. Habitualmente, se divertía jugando sola a la casita con una caja de cartón destartalada que según ella, era una mansión de 7 alcobas con garaje, comedor, cocina y demás tugurios imaginarios. Su cuerpo cabía dentro de la caja y todavía le daba espacio para moverse sin muchas complicaciones.

Mientras la niña se revolcaba en el terreno donde estaba la casa de madera amachimbrada de su familia, Josecito, el muchachito que se ensuciaba mágicamente sin jugar con su hermana, sacaba la silla que le servía de cama a alguno de sus progenitores, se sentaba cerca de la calle y contaba cuantas veces pasaba la “Adelita” por El Pantanal. Era un niño tímido, con unos ojos obscuros muy grandes. Tenía el pelo liso, herencia de su padre, pero estaba grasoso y sucio de quien sabe cuanto tiempo de no lavarlo, pues le repugnaba bañarse y disfrutaba inmensamente andar en calzoncillo con los calores de esa época, mientras esperaba la siguiente vuelta del bus.

Una tarde de Abril, que parecía como cualquier otra en la acostumbrada vida de aquella familia pobre, llegó don Chema a su casa, bien sudado por el calor infernal de estos países tropicales y por la jornada maratónica de trabajo que lo había dejado pestilente a basura podrida. Tomó una bocanada de aire y exhalo lo suficientemente fuerte para ser oído:

-Ya los tiempos están malos malos – dijo apesarado, después de un día de trabajo donde apenas pudo conseguir 10 pesos para el sustento familiar – ¿Sobrevivimos con 10 pesos?

Su mujer le contestó sin ánimos de explicar las razones frente a sus hijos – No han comido nada- Señalando a los niños, y continuó –Cómprate en la venta un puñado de sal, un sobre de café, y ahí no más te bajás unos mangos del palo que esta en el camino… Ahí ajustamos a como se pueda vos y yo… ¡Cómo cuesta sobrevivir!