“Hay Cosas que no le he preguntado ni le he dicho
Y sería bueno hablar o responder”
Julio Valle-Castillo
Don Julio:
Uno de mis tantos miedos
Ha sido tener la posibilidad de sufrir el síndrome del “hijuepueta”:
Conocer al papa-poeta hasta después de fallecido.
- Aquel que tantos le han llorado
A usted
En su hombro,
En la sala de nuestra casa,
En aquellas noches donde
Llorar es requisito-.
Yo a usted lo he admirado
Y lo he querido
Y lo sigo queriendo y admirando,
Ahora, más.
Su primogénito varón:
“Guanaquín”
(Como me decía chiquito, por distraído e ingenuo)
En quien se recoge la historia de sus afectos:
Ernesto, por Mejía Sánchez y por Cardenal,
Sus padres en México y en Nicaragua.
Rogelio, por Ramírez Mercado,
Un gran amigo suyo.
Laureano, por el hermano mayor de su abuelo,
Muerto pero no olvidado por usted.
En el caso que no se lo haya dicho, que orgullo llamarme así.
Tal vez, en mí y en mi vida
Se hayan conjugado muchas cosas, muchos sueños, muchas realizaciones suyas,
Y que ahora son mías.
¿Ya vio que salí hasta estudioso de los náhuatl?
Y aquella vez que me llamó medio lloroso,
había encontrado un cuento suyo:
Una familia de músicos había perdido al infante,
Lo buscaron en todos lados,
Y después de tanta preocupación,
El niño salía debajo de la cama con una pieza compuesta por el.
(Aquí le traigo mi ultima sinfonía, papá)
Y los perros de la casa,
cuya condicíón para quedarán era que usted,
les poné el nombre:
Karel,
Como el pastor alemán que le regaló mi abuelo y que se lo mataron.
Esa fue la condición para que lo conserváramos, que se llamará Karel.
Y Foforoco,
perro dundo,
pero muy cariñoso,
Al mejor estilo de la chinfonía de Joaquín Pasos y de Coronel Urtecho.
Y usted ante mí,
Ha sido un Dédalo,
Quien con cuidado me deja volar,
Lo suficiente cerca para corregirme
y lo suficientemente alejado para sentirme independiente,
Pero no me deja volar alto,
Ya sabe los riesgos y me ha hecho consciente,
me ha instruido en la poesía,
Que no es tan fatal como decía,
Y en otras locuras mías.
Que quise ser arqueólogo,
Y que usted me mandaba a México.
Que cuando no le pagaban a tiempo,
Me decía molesto: “Nunca seas poeta, nos morimos de hambre”
-Ay, me disculpa la insolencia.-
Que quise ser músico
Y usted que me volvía a mandar a México,
Pero ahora era muy peligroso,
Teníamos conectes y amistades
Pero el crimen y el narcotráfico
-¡Ni quiera Dios!-
Y que mejor Chile pues,
Más barato y también teníamos conectes
Pero me iban a hacer derechista.
Mientras mi mamá me decía:
“¿Por qué música y no otra cosa?”
Y usted que le contestaba:
“Deja al chavalo, eso es lo que quiere”
Y que al final no sabíamos que iba a estudiar
Y mi mamá decía psicología
Y usted que decía que eso era para locos
Que mejor: Periodismo
Y mi mamá que no decía ni “sí” ni “no”.
Yo sólo miraba el ping-pong de sus argumentos.
Me imagino que le recordó a su abuelo
Y a su México del corazón
Con aquellos profesores
Monterroso,
Monsiváis,
Mejía Sánchez…
Y usted el Ovidio del D.F.
Vuelvo y le repito:
Me disculpa la desobediencia
Pues estos versos,
Prueban que en Nicaragua
-Los poetas paren poetas-
Y que la poesía es un destino
una fatalidad de la que no se puede renunciar.